“La danza es la expresión milenaria de nuestro Ser. Sus múltiples formas y movimientos nos ayudan a expresar emociones, potenciar la apertura del corazón y la conexión con el alma. Nuestro cuerpo se torna leve y luminoso, la mente se aquieta y florece el deseo de vivir”.
Ercilia Orellana
Mi experiencia
Desde el inicio de mi búsqueda, que ha consistido en conocer y comprender la vida, en la medida que su misterio se ha ido revelando ante mí, he sentido una inquietud de saber que nunca me ha abandonado.
Las experiencias y conocimientos aquilatados como médico y pediatra me interpelaban, deseaba saber más sobre las causas de los disturbios de la salud y la naturaleza de las enfermedades. Esto me indujo a observar la importancia de la atención, que necesitaban a nivel afectivo tanto el niño como el adulto, para el mantenimiento, la mejoría y el restablecimiento de su armonía psicofísica.
Fue así como comencé a dar charlas de orientación a padres con el objetivo de generar conciencia respecto a la importancia del vínculo con los niños, como una estrategia de prevención y tratamiento de la enfermedad.
No fue fácil, a muchos padres no les interesaba esta forma de abordaje terapéutico, querían tratar el efecto y no la causa. Buscaban sosiego en los resultados sanadores de la medicación y en las respuestas inmediatas.
El enfoque de la práctica médica tanto en el hospital como en la clínica privada carecía de un contacto directo con el niño, operaba sobre la madre o a través de la medicación solamente. Esta circunstancia me colmaba de desesperanza y confusión. Me preguntaba constantemente qué era lo que debía hacer. Hasta que decidí asumir una investigación comprometida con mis principios y conmigo misma.
Desde adolescente me desvelaba conocer el espíritu o el alma de las personas y, asimismo, siendo pediatra me atraía la psiquiatría.
Esto dio comienzo a una búsqueda de mí misma con una terapia personal con una terapeuta que también era médico pediatra. En las primeras sesiones recordé cosas que fueron importantes para mí y que, por problemas familiares, había dejado a los once años, la música y la danza.
Entonces decidí tomar clases de danza, tenía mucho entusiasmo pero, sin embargo, a veces, me olvidaba de ir y otras durante las mismas clases me frustraba. Al preguntarme mi terapeuta que había que no me gustaba me di cuenta de la falta de comunicación entre las compañeras y mientras danzábamos, ni nos mirábamos a los ojos.
Era muy solitario. Claro, posiblemente quería contacto, intimidad para llenar mis carencias, la falta de ser mirada por mi madre, de sentirme acompañada era lo que reclamaba.
Por ese motivo, mi terapeuta, me invitó a tomar una sesión de Psicodanza con Rolando Toro. Era por el año 1977, recién tenía treinta y tres años.
Así fue como conocí a Rolando Toro, el creador de la Biodanza. Fue mi profesor y maestro de vida en aquellos primeros tiempos de búsqueda.
Me fue ayudando a sentir y expresar mis emociones, a ser más consciente de mi cuerpo y también de mis miedos. Y sobre todo, a despertar, en mí, algo hermoso, estados de trascendencia que me llevaba al éxtasis del amor.
Toro creó la Psicodanza en Chile, como él llamó en su comienzo a este sistema, que luego, en el año 1979, cambia el nombre por Biodanza.
Llevo en mi corazón el orgullo de haber sido una de las primeras alumnas de Psicodanza, cuando recién él estaba transmitiendo las primeras enseñanzas en Buenos Aires.
La primera sesión provocó en mí un estado que nunca antes había sentido. Percibía como si esta sensación habitara desde siempre en mi interior y la hubiese olvidado.
En el gozo de bailar, no era mi cuerpo quien se movía, sentía una fuerza interior que me llevaba, más tarde comprendí que era todo mi ser el que danzaba. El contacto con el grupo generaba un campo de felicidad, una órbita de amor, donde todos éramos uno.
En esta primera sesión tuve mi primera vivencia transpersonal que me indicó que este era mi camino. Fue fantástico el viaje interior en el cual me sumergí en un instante. Trascendí la intención de la dinámica que se estaba desarrollando y de pronto sentí que mi cuerpo subía en un ascensor y llegué a un lugar que parecía ser un pequeño planeta; allí estaba yo acompañada de dos seres amorosos, eran mis maestros y me confirmaban que ya había encontrado lo que buscaba, aunque yo me enfadaba que no me habían avisado antes.
Así como de repente me fui, regresé a la clase y continuaba en la danza que estaba haciendo antes, todos seguían en silencio las indicaciones del profesor.
No bien terminó esa sesión, me dirigí a Rolando Toro pidiéndole formarme en su escuela. Estaba muy decidida, quería aprender ese método para trabajar con mis pacientes de pediatría y los padres. La sorpresa fue que no había una escuela, Rolando estaba creando las bases de su sistema con las clases que daba, igualmente no me importó, desde entonces, no dejé la Psicodanza y en poco tiempo, en un año, bajo su supervisión, me autorizó para dar clases de Psicodanza, que es lo que hago hasta ahora.
Mi terapeuta, me ofreció trabajar con un grupo de sus pacientes de terapia para que los introdujera en la Psicodanza. Y así fue como con Marta formamos un equipo de investigación siguiendo la evolución de los pacientes de terapia a partir de la incorporación de las sesiones de Psicodanza.
Observamos que el efecto era más potente, los pacientes se entregaban con más profundidad tanto en las sesiones individuales de terapia como en las de Psicodanza en grupo. Nos reuníamos compartiendo la evolución de los mismos y fui perfeccionando la metodología de las sesiones de Psicodanza de acuerdo a sus necesidades y tiempos.
Con este abordaje terapéutico, terapia y Psicodanza, observamos que los participantes adquirían mayor estado de consciencia en su crecimiento y desarrollo, que se notaba en los cambios de comportamiento en sus vidas. Todo ello me llevó también a seguir mi vocación de ayudar formándome en terapeuta de Análisis Transaccional.
A los dos años, fui llamada para dar cursos de Biodanza y terapia a mujeres operadas de cáncer de mama en una institución de lucha contra el cáncer.
Al comenzar observé que hacía falta mayor implicación de la institución para la asistencia clínica de estas mujeres, pues estaba yo sola con una voluntaria evaluando el seguimiento.
Entonces pedí a la dirección un médico cirujano de esta especialidad y la kineseóloga para el control y seguimiento de la evolución correspondiente. Formé así un equipo, con todos nosotros, de rehabilitación para operadas de cáncer de mama. Con gran satisfacción veíamos el mejoramiento de las mujeres sobre todo a nivel afectivo.
La conexión con el placer danzando les levantaba el autoestima, sentían la alegría de vivir, de modo que la depresión y el sufrimiento se iban diluyendo en muchas en poco tiempo.
Texto escrito por Ercilia Orellana, médico psicoterapeuta, directora y fundadora de la escuela de Formación en Terapia Psicodanza Integrativa.